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El puerto de noche está vacío. Garrafa, fiel compañero, está sentado en la escalinata fumando su último cigarrillo. Me ayuda con las amarras, me desea buen viaje y desaparece inmediatamente. Sospecho que él también desconfía de las medusas. 

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Gorrión es un barco pequeño; no mide más de cinco o seis metros de largo y cala menos de setenta centímetros. Con algo de audacia, puede ser piloteado sin problemas por un solo hombre.

 

Fue en este mismo barco que mi tío Oscar me llevó a navegar por primera vez.

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No tengo demasiado claro qué es lo que busco en el agua. Algunas noches, sueño con mi tío regresando de su viaje. Pasaron ya tres meses desde su desaparición, pero todavía miro el horizonte esperando que aparezca. 

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Es solo uno de los muchos navegantes que desaparecieron desde el Gran Evento. De momento, a nadie parece importarle mucho.

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Desde hace tiempo no hay más regatas; se perdían más de la mitad de los veleros. También se cancelaron todos los servicios de pasajeros a Uruguay luego de que un barco tardara seis días en cruzar a Montevideo.​

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Ya casi no hay barcos en el río.

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Sólo luces.

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Luces en el agua.

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