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Fue en octubre.

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Al principio no nos dimos cuenta: pensamos que eran algas, boyas o algún tipo de cianobacterias. Después empezamos a mirar con más cuidado y a entender su forma.

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Eran medusas. Cientos. Miles de medusas.

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Brillantes, gelatinosas, nadie entendía si eran hermosas u horripilantes. De día, apenas si eran visibles; de noche, la costa porteña se convertía en un paisaje de sueños, un espectáculo de luces celestes contra el negro profundo del agua.

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Meses después, el Ministerio de Salud confirmó que eran incapaces de picar o dañar a las personas.

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Pero eran.

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Y eran muchas.

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Existían.

 

La danza de las medusas convirtió a Buenos Aires en un destino turístico codiciado; rápidamente se organizaron excursiones, festivales y eventos. Se designó un nuevo Feriado Nacional el quince de octubre en conmemoración de El Gran Evento, aquel día de primavera en el que llegaron las medusas.

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